jueves, 1 de septiembre de 2011

Dafne


Caminaba por el bosque, junto al río;
absorto de poesía,
pleno de sinfonía y color;
buscaba algo que pudieran mis rimas decir,
mi ser sentir.

Estaba la luna,
cuán disco de marfil más preciado, seduciéndome, llamándome;
estaban los juncos,
esbeltos, bellos, danzando armoniosamente y en conjunto;
el cause del río me invitaba a ver mi rostro,
desdibujado, perfecto;
los grillos me hablaban, reían;
todo se ofrecía sin precio,
...por nada.

Vi la mujer más hermosa,
secreta, distante y curiosa.
Vi sus ojos plenos de pasión y deseo,
su figura delicada, rosada y desnuda.
Era pues, una diosa.

Pronto todo dejó de clamar mi inspiración;
la luna se tornó negra y de acero;
los juncos cesaron su seductor garbo;
el río dejó de mirarme;
los grillos enmudecieron.
Todo sumiso y temeroso de aquella mujer
que se paseaba elegante flotando por el bosque.

Repentinamente me invadió el deseo, la pasión, la lujuria,
por esa criatura divina, por esa mujer del río.
Deseaba describirla, loar sus encantos,
dibujar con palabras su existencia, su substancia;
mas me encontraba atónito, vacío de metáforas y sinónimos.

El cause se la llevaba,
yo la seguía, la llamaba;
quería decirle que la amaba,
¡cuanto la deseaba!.

Pronto dejé de ver su cuerpo,
de escuchar su aliento agitado,
de oler su aroma de jazmines;.
y me ganó la angustia de haberla perdido,
que solo el recuerdo quedara.

Precisamente ese recuerdo aquí relato,
incólume y sentido,
sentado al pié de un laurel perdido.


Demian